Marcelino Camacho, una mirada distinta

En enero de 1957 un acreditado falangista, un comunista clandestino, un militante católico, un socialista de corazón y un minero, sin ideología declarada, plantaron cara a la dictadura franquista durante nueve días. Su acción, con el respaldo de casi los 1.500 trabajadores de La Camocha, dio origen a un mito: la mina gijonesa, cuna de Comisiones Obreras.

Sí, es un mito. Nadie sabe, a ciencia cierta, dónde está el origen. Y es que se trata de un proceso sin acto fundacional. Como sucede con el socialismo o el capitalismo, no hubieron unos señores que se reunieron en la taberna o el lujoso restaurante para declarar fundadas cada una de las dos ideologías. En cambio, así fue con UGT, CNT o tantos y tantos partidos políticos; o con el V Regimiento, fundado, como reza la canción: “El 18 de julio, y en la puerta de un convento,…”.

Hace ya algún tiempo, hablando de esto con Santiago Carrillo, que sí sabe de qué va la cosa, me dijo que la idea surgió de lo acontecido en la Barcelona de finales del XIX. Allí, cuando los sindicatos aún estaban gestándose, en muchas fábricas hubieron luchas sindicales que lideraban unas comisiones de obreros hechas para negociar con el patrono y deshechas tras alcanzar un acuerdo. La gran novedad reside en que el Partido Comunista de España optó por promover un movimiento sindical en vez de construir, como decía el manual, el sindicato comunista. Y fue el movimiento quien acabó dando autonomía a lo que acabaría siendo, con la democracia, un sindicato orgánico.

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Carles Navales