DIA 24
Corrían los años sesenta. En el banquillo del Tribunal de Orden Público -el que juzgaba los delitos contra la dictadura- se sentaban varios dirigentes sindicales del Baix Llobregat afiliados a Comisiones Obreras. La acusación era la de siempre: actuar políticamente contra el Régimen. El principal testigo de la defensa era Oleguer Bellavista, sacerdote del barrio Almeda de Cornellà Llobregat.
El abogado defensor le preguntó si los acusados hablaban de política cuando se reunían en su iglesia. Contestó que no. La verdad, no pecó. La teología nos dice que si cometiendo un pecado pequeñito evitamos que otra persona incurra en pecado mortal el venial desaparece. Y pecado mortal era el que iba a cometer el Tribunal condenando a unos inocentes. Esa misma filosofía la aplicó otro sacerdote de Cornellà, mossèn Jaume Rafanell, también de pensamiento socialcristiano, como tantos otros cuya militancia comenzaba y terminaba en el evangelio.
A los setenta y siete años, Oleguer murió en el pueblecito de Centelles, al que se retiró tras secularizarse y contraer matrimonio. Era un sacerdote del Concilio Vaticano II. Su compromiso social y su vocación democrática marcaron, en exclusiva, su impecable trayectoria.
En 1967 estaba en la parroquia de Sant Jaume de Almeda. Allí se fundaron las Comisiones Obreras del Baix Llobregat. Eso sí, cuando los de CC.OO. se reunían dentro de la iglesia, mossèn Oleguer cubría con una sábana al Cristo crucificado que presidía la estancia y, así, el espacio pasaba a ser, automáticamente, laico en vez de lugar de culto. Ese año dio informe a sus superiores del contenido de la pastoral obrera que defendía. Entre otras cosas, les decía: “La Iglesia parece íntimamente ligada y comprometida con los que gobiernan actualmente y con los ricos, y por lo tanto con sus injusticias. Hoy la Iglesia debe manifestarse a los hombres como servidora de la humanidad, y no como dominadora o poderosa. Este servicio debe manifestarse con signos visibles e inteligentes hacia los más pobres”. Por él, no quedó. Desde la revista «Correspondència de Diàleg Eclesial» (1963-1977), que dirigía, y desde su cotidianidad, mantuvo vivo su compromiso evangélico.
La buena gente de Almeda, y la que conoció, nunca le olvidará.
La Factoria
Carles Navales